Los señores canónigos iban del coro al caño y del caño al coro sin mezclarse con la turba andrajosa. Eran la casta predestinada por el Altísimo para regir las almas de la sufrida y desorientada grey.
Alguno, en las lánguidas tardes de domingo, se paraba en el ventanuco y veía pasar las parejas de jóvenes enamorados cogidos de la mano.